LOS ULTIMOS ADOBEROS DE OJINAGA
El Adobero Don Manuel Rodriguez, a la izquierda, Sandro Canovas y Victor Rodriguez
Por JOHN DANIEL GARCÍA
OJINAGA – En las afueras del este de Ojinaga, a lo largo de una carretera de tierra situada entre las antiguas vías del ferrocarril y un arroyo que acaba en el Río Bravo, se encuentra la colonia de La Estación, cuna para tres de los últimos artesanos del ladrillo de barro, los adoberos de Ojinaga.
Entre ellos se encuentra Víctor Rodríguez, adobero de tercera generación e hijo del maestro adobero Don Manuel Rodríguez.
Víctor vive en una pequeña casa de adobe que mide alrededor de 20 pies por 20 pies y que él mismo construyó. En la casa hay una cama simple, una silla de ruedas y un horno eléctrico, los cuales descansan en el suelo de tierra del edificio.
“Cuando estoy enfermo, esta casa se parece a una cárcel,” dijo respecto a su casa. “En verano, hace un calor incómodo y en invierno me congelo.”
Víctor ha estado confinado en casa durante el último año después de perder los dedos del pie en una amputación debido a la diabetes. La herida está infectada, dijo, quitándose los zapatos que le dio Vicente Celis, residente de Marfa, pero no puede pagar la atención médica que necesita a pesar de trabajar en la colina labrada donde ha hecho adobes con su padre y su hermano durante 30 años.
“Me encanta el trabajo,” dijo enfáticamente antes de trasladar su mirada desde los filtros y los moldes de adobe de afuera y hasta el suelo de tierra de su casa. “Me entristece y me enoja no poder trabajar como solía hacerlo.”
No ha sido capaz de trabajar, dijo, durante casi un año, aunque todavía asiste a su padre en la mezcla del barro para el adobe, usando herramientas de jardín mientras se sienta en una silla.
En el tiempo que hacía adobes, Víctor trabajó tanto para su padre como para otro adobero de Ojinaga, Don Daniel Camacho, quien vive al otro lado de una colina respecto al clan Rodríguez.
Víctor tenía la cuota diaria de hacer 250 adobes, ganando 100 pesos al día, alrededor de 6,25$ en el tipo de cambio actual.
Cada adobe, añadió, se vende por entre 6 y 10 pesos, dependiendo del tamaño, aunque actualmente la demanda de adobes es baja.
“Ahora no tenemos ningún pedido, pero hemos hecho alrededor de 500 adobes para Marfa [utilizados para la exhibición que hizo Rafa Esparza, artista de Los Ángeles, para Ballroom Marfa] y 8.000 para El Povo,” dijo, añadiendo que, de las 8.000 piezas para la orden de El Polvo, solo 2.900 fueron compradas en última instancia.
Esparza, sin embargo, paga a los fabricantes de adobe 1$ por ladrillo.
Don Manuel Rodríguez, septuagenario, sigue laborando en el calor para hacer adobe. Comenzó su carrera en el campo cuando Victor, que cumplió 50 años de edad el 2 de septiembre, tenía 6 años de edad.
“Todavía lo estoy haciendo y seguiré trabajando hasta que todos los cauces se hayan ido,” dijo el mayor de los Rodriguez.
Según Don Manuel, la mano de obra, por muy difícil que sea, es una pasión.
“Si no tienes amor por el trabajo, no aprenderás,” dijo. “En otros trabajos, simplemente quieres salir de allí. Aquí no. Es el único trabajo que puedo tener, aunque a veces incluso ni siquiera ganamos el dinero suficiente como para comprar tacos.”
Añadió que a menudo los clientes no entienden e infravaloran la cantidad de trabajo que se necesita para hacer los adobes.
“La gente piensa que no requiere trabajo. Piensan que como solo se trata de tierra, simplemente pueden llevarla», explicó.
La falta de pedidos, dijo Don Manuel, no detiene a los adoberos de su oficio.
“Hay momentos donde no hay trabajo, pero siempre dedicamos horas de trabajo,” dijo.
Sin embargo, el precio del adobe ha sido fijado, con los contratistas de la construcción de los Estados Unidos llevando los adobes, comprados por unos veinticinco centavos de dólar, a sus ciudades y revendiéndolos por alrededor de 2.50$ cada pieza.
Para Sandro Canovas, residente de Marfa -partidario de la construcción sostenible en tierra-, el coste y la reventa a un precio más alto es una explotación de la mano de obra de los mexicanos.
“He conocido a constructores y contratistas en Marfa que acuden a Don Manuel para comprar sus adobes y los venden por mucho más de lo que pagaron. Sé que han comprado adobes después de que Victor perdiese los dedos del pie y no hicieron nada para ayudar. Ni siquiera le trajeron una torta a Don Manuel y se benefician de su trabajo,” dijo. “No es ético.”
Canovas también está en proceso de obtener apoyo para un proyecto comunitario en Ojinaga encaminado a educar a la población sobre los beneficios ambientales de la construcción en tierra así como dar un reconocimiento al trabajo que se necesita para hacer adobe.
El adobero ha elegido un emplazamiento en Ojinaga en una colonia pequeña conocida como La Treinta-seis, donde los residentes, compuestos por cerca de 35 familias, erigen casas de metal de hoja de lata y madera reutilizada.
Las familias del barrio, dijo Manuel -residente de la colonia que no proporcionó su apellido- trabajan para comprar suficientes bloques de hormigón para construir estructuras más permanentes.
La tierra en la que se construyen las casas, agregó, se obtiene a través de la posesión adversa, donde las familias ocupan la tierra y construyen sobre ella para obtener los derechos de propiedad.
“Este tipo de casas son como hornos en verano y congeladores en invierno,” dijo Canovas de las improvisadas viviendas. “Y los bloques de hormigón no son buenos. Con el adobe, una de las cosas de las que la gente tiene que darse cuenta, es que se mantiene fresco en verano y cálido en invierno.”
El impacto ambiental, añadió, es también mínimo en la construcción de casas de adobe, ya que no hay ningún producto de petróleo utilizado en la fabricación de los ladrillos, a diferencia de las estructuras de hormigón.
Si la casa es abandonada, agregó, el adobe finalmente formará parte de la tierra una vez más.
Otra cuestión con respecto al adobe, dijo Canovas, es el creciente valor imponible en las casas de adobe en el Condado de Presidio.
Las valoraciones han ido en aumento cada año por más del 100 por ciento, haciendo que algunos de los residentes más pobres tengan que luchar para pagar los impuestos.
“Ha llegado al punto de que algunos de los propietarios pobres de viviendas se vean obligados a vender sus casas porque simplemente no pueden permitirse los impuestos,” dijo. “Los más ricos no piensan en ello. Ven subir los impuestos y simplemente los pagan. Es una cuestión de aburguesamiento que tenemos que resolver.”
Las generaciones más jóvenes, dijo Canovas, son menos propensas a hacer adobe debido a la economía detrás del trabajo, la caída de la demanda y lo que él llamó “amnesia cultural.”
Espera, sin embargo, que continúe el oficio.
“Tener a personas como Don Manuel que todavía hacen adobe, es nada menos que un milagro,” dijo. “Construir con adobe no es una cosa hippy. Es futurista. Es una de las primeras cosas que ayudó a dar forma aquí a nuestra cultura. El adobe es una de las primeras cosas que la gente usó para construir sus casitas.”
Historia Publicada en Big Bend Now Sentinel