En 2016 los Sioux fueron noticia por su oposición a la construcción del gaseoducto Dakota Access, y aún lo fueron más cuando en diciembre obtuvieron una victoria. Pero esta semana el presidente Trump ordenó que se reemprendiera tanto ese gaseoducto como otro que había sido paralizado, el Keystone XL; un gran revés. Su protesta tuvo visibilidad y cobertura mediática, en parte por el misticismo que acompaña a los Sioux. Por el contrario, las protestas e, incluso, la mera existencia de grupos indígenas en estados donde no se les supone, sorprende a muchos. Este es sin duda el caso de Texas; o lo mismo podría decirse del Noreste de México.
Según la historia colonial / colonizada, en este vasto territorio la población indígena –la autóctona, se entiende- ya no existe, que hace tiempo que desapareció, y que de todas formas esta había sido una región escasamente poblada antes de la colonización. No se quiere recordar que fue sometida y posteriormente invisibilizada, ninguneada y negada, no sólo físicamente sino que también en esa Historia.
Como reza uno de los manifiestos de los Carrizo y Comecrudo de Texas (Esto’kGna, como se nombran a sí mismos), a pesar que fueron forzados a convertirse al cristianismo y que fueron objeto de exterminio por españoles, mexicanos y estadounidenses, todavía hoy siguen aquí.
La continua reivindicación de los indígenas por su lugar en el presente pasa, justamente, por lo geográfico. Así, desde hace tiempo distintos grupos luchan por recuperar y hacer respetar sus tierras ancestrales y sus derechos sobre ellas, y lo hacen, en un movimiento transversal, codo con codo con ambientalistas, anarquistas y feministas.
En el sur de Texas hay varias luchas de este tipo y, no debería sorprender, también están defendiendo la “Isla Tortuga” más allá de la frontera, en territorio de México. Además de los Carrizo y Comecrudo, también están los Apaches Lipanes, los Pacuache de la Nación Coahuilteca e, incluso, Purépechas asentados en ese estado.
A este respecto, se recordará que los Apaches Lipanes, muchos de los cuales viven en un pueblo al oeste de Brownsville, frente a Matamoros, se opusieron en 2007 a la construcción del muro, que parte sus tierras. En los próximos meses seguro que se alzarán de nuevo.
En pleno proceso –aunque no aparezca en la portada de ningún medio, ni en Estados Unidos ni en México- es la oposición de aquellos grupos a cuatro proyectos energéticos: una terminal gasística en el puerto de Brownsville; una mina de carbón en las afueras de Eagle Pass, frente a Piedras Negras; y dos gaseoductos, el Trans-Pecos y el Comanche Trail, que se extienden desde Waha, en el oeste de Texas, hasta San Elizario (frente a Ciudad Juárez) y Presidio (frente a Ojinaga), respectivamente.
Como puede verse, los cuatro se localizan en las cercanías de la frontera con México, a la vez que están destinados a la exportación de carbón y gas a este país.
Estos proyectos implican la destrucción de amplias extensiones de tierra y hábitats naturales, contaminación del agua, del aire y del suelo, además de la destrucción de yacimientos arqueológicos, sitios funerarios y lugares sagrados de los pueblos indígenas.
A lo largo del año pasado se celebraron manifestaciones, conferencias, debates y ceremonias rituales en Brownsville, Eagle Pass, Austin y otras ciudades del estado. La lucha continúa y hace unos días hubo una acción directa contra las obras de uno de los gaseoductos: distintos activistas se encadenaron a la maquinaria para impedir su avance, de los cuales fueron arrestados dos.
Así, la reclamación de las poblaciones indígenas a ser tenidas en cuenta es paralela a una concepción alternativa del espacio, opuesta a una explotación que solo beneficia al capital; y por lo que su resistencia va desde la escala local a la global, y sin importar las fronteras.